CATEQUESIS SOBRE EL SALMO 23
(Autor: Jhon Walter Montoya Sierra)
(Aclaro primero que todo, que lo que se hizo fue organizar unos conceptos básicos ya existentes y muchos de ellos ya publicados partiendo del SALMO 23, no pretendo darme la autoría de los textos,aunque muchos de ellos si contienen conceptos personales. recomiendo entre otros la HOMILIA DE SU SANTIDAD FRANCISCO I A LOS JÓVENES).
SALMO
23
“El Señor es mi pastor, nada me falta. En prados de hierba
fresca me hace reposar,
me conduce junto a fuentes tranquilas y repara mis fuerzas.
Me guía por el camino justo, haciendo honor a su Nombre.
Aunque pase por un valle tenebroso, ningún mal temeré, porque Tú
estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me dan seguridad.
Me preparas un banquete en frente de mis enemigos,
perfumas con ungüento mi cabeza y mi copa rebosa.
Tu amor y tu bondad me acompañan todos los días de mi vida;
y habitaré en la casa del Señor por años sin término”.
El salmo 23 nos
habla de la ternura de Dios, y de los sentimientos de quien lo encuentra:
Alegría, paz, seguridad, confianza y plenitud de vida. Se divide en 2 partes,
la primera nos muestra al Pastor que cuida de sus ovejas, y la segunda nos
muestra el Señor de la casa que acoge a su huésped. Los símbolos usados son
universales: Camino, Agua, Oscuridad de la noche, banquete, perfumes, etc.
Un pequeño análisis del Salmo es el siguiente:
PRIMERA PARTE -“El Señor es mi pastor”: Es la relación
entre el orante y Dios, amor personal de Dios por su rebaño, atmósfera de
afecto, experiencia de confianza, de tranquilidad, pues hay alguien que se
interesa por ti, que se preocupa por tu vida. –“Nada me falta”: Pasar hambre
y sed es una experiencia ordinaria en el desierto, así que hablar de abundancia
allí y de que no se carece de nada es grande. “Quien a Dios tiene nada le
falta, solo Dios basta” (Sta.Teresa). –“En prados de hierba fresca me hace reposar”:
En el desierto, la hierba fresca es una fiesta, la sola vista de un prado
invita al descanso, al reposo en medio del excesivo calor. –“Me
conduce a fuentes tranquilas”: El agua quita la sed y limpia el polvo,
además refresca, el sonido de la fuente relaja y hace olvidar las fatigas, pero
son peligrosas en el desierto, pues allí también llegan los lobos y se esconden
los salteadores, pero la sed es el deseo de Dios y el agua es el don del
Espíritu Santo. –“Y repara mis fuerzas”: Después del
cansancio del camino; el alimento, la bebida y el descanso, nos hacen tomar
fuerzas para poder seguir caminando; cuando nos sentimos sin aliento
repetiremos “El Señor es mi fuerza y mi alegria, ¿quién me hará
temblar?...”. –“Me guía por el camino justo”:
Toda nuestra vida es desplazarnos de un sitio a otro, el pastor adapta su paso
a la necesidad de sus ovejas, busca un lugar bueno para ellas; el Señor nos
lleva a un mejor lugar. –“Haciendo honor a su nombre”:
El pastor cumple bien su trabajo, cuida su rebaño, lo alimenta, lo protege, lo
guía. –“Aunque pase por un valle
tenebroso, ningún mal temeré”: El pastor nos da toda su seguridad, nos daba
miedo el valle oscuro, por la semejanza entre las tinieblas y la muerte, imagen
de gran fuerza para recordarnos nuestra condición de mortales. –“PORQUE
TU ESTÁS CON MIGO” :Este es el centro del Salmo, es la verdadera razón
de que Yo me sienta seguro, de que no tenga miedo, de que me atreva a pasar el
valle de la oscuridad y de la muerte, saber que “Tú estás con migo”. –“Tu vara y tu cayado me dan
seguridad”: Los viajes con el ganado se hacen antes de que el sol caliente
o al atardecer; pero las ovejas no tienen miedo a la oscuridad, se siguen unas
tras otras, y por todo el camino oyen la vara del pastor que camina con ellas;
con el cayado las defiende de las alimañas, y es el signo de su presencia junto
a ellas, tocándolas con el cuando se desvían, llevándolas de nuevo al redil, y
con el ruido al apoyarlo sobre el suelo, las guía en su caminar. Es el bastón
de mando, el cetro de Dios, con el que gobierna todas las cosas para el bien de
su pueblo.
SEGUNDA PARTE
-“Me preparas un banquete frente a mis
enemigos”: Un hombre que huye de sus enemigos, es acogido en la tienda de
un beduino, allí protegen su vida, y recibe hospitalidad y comida. –“Perfumas
con ungüento mi cabeza”: Ungir a un huésped, es la mayor manifestación de
veneración que se puede tener con el; el aceite perfuma, da frescor, suaviza la
piel. –“Y mi copa rebosa”: Este es signo de la
generosidad con que el huesped es acogido, no solo recibe lo necesario, sino
que recibe con generosidad total, como son los actos de Dios; Dios no solo nos
da la libertad, sino también bienes abundantes.
–“Tu amor y tu bondad me acompañan”: Es como si el beduino que me
acogió y defendió, me envía con 2 guardaespaldas, de regreso a casa, son el
amor y la bondad de Dios. –“Todos los días de mi vida”: No es un
acompañamiento pasajero, sino la certeza de una protección continua. –“Y habitaré en la casa del Señor,
por años sin termino”: Se evoca el reposo definitivo en la casa del Señor,
donde ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor.
Nuestra vida, es
un continuo andar de la mano del Señor; el nos ofrece momentos de descanso para
restaurar nuestras fuerzas, y cuando nos hemos recuperado, hay que volver a
caminar, hacia la tierra prometida; Él nos guía y nos protege, nos acompaña,
nos instruye y nos corrige, hasta el día en que entremos en el descanso
definitivo. Por otra parte, el desierto es también lugar de tentación, prueba,
murmuración, pecado, idolatría, pero también conversión, lugar donde se
descubre que Dios perdona siempre y da vida, da con generosidad porque perdona
con magnanimidad.Las imágenes virtuales del Salmo nos hablan de: Seguridad ante
los enemigos y los peligros de todo tipo, oscuridad, hambre, sed, muerte; y por
otro lado máxima abundancia, ya que los dones de Dios son siempre a la medida
de Dios; allí descubrimos la sobreabundancia del don de Dios, cuando ya todo
parecía perdido.
Jesús es el buen
pastor, que da la vida por sus ovejas, por su gran amor por ellas, y es
resurrección y vida, luz que alumbra en las tinieblas y roca que se abre en el
desierto para calmar nuestra sed.
LA NUEVA EVANGELIZACIÓN A LA LUZ DEL BUEN PASTOR
En la reciente jornada
mundial de la juventud, su Santidad Francisco I refirió a los jóvenes, cual debe ser la actitud de ellos frente a la
nueva evangelización, en los siguientes términos:
“Chicos y chicas, por favor no se metan en la cola de la historia,
¡sean protagonistas! ¡jueguen para adelante! ¡pateen adelante! ¡construyan un
mundo mejor! ¡un mundo de hermanos, un mundo de justicia, de amor de paz, de
fraternidad, de solidaridad! ¡juéguenla adelante siempre! ; “¡Jesús nos ofrece
algo más grande que la copa del mundo! Nos ofrece la posibilidad de una vida
fecunda, una vida feliz, y también un futuro con Él, que no tendrá fin, allá en
la vida eterna. Pero nos pide que paguemos la entrada”. “No podemos quedarnos
enclaustrados en la parroquia, en nuestra comunidad, cuando tantas personas
están esperando el Evangelio, no es un simple abrir la puerta para acoger, sino
salir por ella para buscar y encontrar”; “hoy me gustaría que todos nos
preguntásemos sinceramente: ¿en quien ponemos nuestra fe? ¿en nosotros mismos,
en las cosas o en Jesús?. “hace falta una Iglesia capaz de acompañar, de ir más
allá del mero escuchar; una Iglesia que acompañe en el camino poniéndose en
marcha con la gente…una Iglesia que se dé cuenta de que las razones por las que
hay gente que se aleja, contienen ya en sí mismas también los motivos para un
posible retorno. Pero es necesario saber leer todo con valentía…Quisiera que
hoy nos preguntáramos todos: ¿somos aún una Iglesia capaz de inflamar el
corazón? ¿una Iglesia que pueda hacer volver a Jerusalén? ¿de acompañar a
casa?. “Explicitemos cuales son los desafíos vigentes, puede haber muchos; Yo
voy a marcar dos no más de la misionariedad popular: la renovación interna de
la Iglesia y el diálogo con el mundo actual”; “pastoral en última instancia, es
el ejercicio de la maternalidad de la Iglesia. Hacer pastoral es hacer que la
Iglesia sea madre, y a veces nos olvidamos de eso. La pobre es madrastra, ¿no?;
estamos un poquito retrasados en lo que a conversión pastoral se refiere.
Conviene que nos ayudemos un poco más a dar los pasos que el Señor quiere para
nosotros en este “hoy” de América Latina y El Caribe y sería bueno comenzar por
aquí”; no es la creatividad pastoral, no son los encuentros o las
planificaciones lo que aseguran los frutos, sino el ser fieles a Jesús, que nos
dice con insistencia: “permanezcan en Mí, como Yo permanezco en ustedes”.
En esta primera etapa
del gran giro, los miembros del
pueblo de Dios y especialmente los animadores de los procesos de
evangelización, debemos sensibilizarnos con el nuevo paradigma de
evangelización “SAL DE LA TIERRA Y LUZ
DEL MUNDO”, comenzando un proceso pedagógico de revisión crítica de la
práctica evangelizadora y de cambio de mentalidad sobre la forma de vivir la
condición bautismal, la comunión y la misión.
ANÁLISIS PROFUNDO DEL SALMO
El Salmo 23 es uno de los
más comentados y orados a lo largo de los siglos, tanto por la tradición Judía
como por la Cristiana. También es uno de los más usados en el arte. Basta
recordar las numerosas pinturas de las catacumbas. En ellas se suele
representar a Jesús como un joven sin barba, de pie, con vestido corto y
zurrón, con una oveja sobre sus hombros y la cabeza suavemente apoyada sobre la
oveja. En la Liturgia cristiana se lee como salmo responsorial en distintas
fiestas del Señor y se propone para todo tipo de celebraciones (bautizos,
matrimonios, funerales, etc). Es un texto hermoso y poético, que nos habla de
la ternura de Dios y de los sentimientos que experimenta quien se encuentra con
Él: alegría, paz, seguridad, confianza, plenitud de vida.
El Salmo desarrolla dos
imágenes distintas: en la primera parte, la del pastor que cuida de sus ovejas (versículos
1-4) y en la segunda, la del señor
de la casa que acoge a un
huésped (versículos 5-6). Sin embargo, nos solemos fijar principalmente en la
primera y, normalmente, es conocido como el Salmo del Buen Pastor. La primera
parte está escrita en tercera persona del singular (el Señor es mi Pastor, me
hace reposar, me conduce, repara, me guía, hace honor), mientras que la segunda
está escrita en segunda persona del singular (tú me preparas, perfumas, tu amor
y tu bondad me acompañan). El último versículo está en primera persona del
singular (yo habitaré). El verso central (Tú estás conmigo) es el punto de
unión entre las dos partes, ya que pertenece al primer bloque, pero está en
segunda persona, como el segundo. Los símbolos que desarrolla son universales:
el camino, el agua, la oscuridad de la noche, el banquete, los perfumes... y
pueden interpelar por igual a los hombres de antiguas culturas rurales como a
los de las modernas civilizaciones urbanas. De todas formas, como mucha gente
está poco acostumbrada a la poesía, haremos una traducción del salmo en prosa,
antes de continuar.
«En medio del desierto hay
un oasis con una gran fuente de agua. Fuera, la arena abrasa, pero a la sombra
de las palmeras crece la hierba. Las ovejas comen alimento tierno, beben agua
en abundancia y sestean al fresco. Más tarde se ponen en camino por las sendas
que el pastor conoce bien, porque las ha recorrido muchas veces. Así, hace
honor a su nombre de pastor. Tienen que atravesar un desfiladero entre las
montañas y se hace de noche. Las ovejas avanzan seguras, porque pueden escuchar
el sonido del bastón del pastor, que golpea rítmicamente el suelo al andar. Si
una de ellas se desvía, el pastor acude solícito en su búsqueda, y con unos
toques del cayado sobre los lomos, la devuelve al camino justo. Si acuden lobos
u otras alimañas para atacar el ganado, el pastor defiende su rebaño a
bastonazos.
Por el mismo desierto, una
persona intenta huir de sus enemigos, sin ninguna posibilidad de sobrevivir. De
repente, divisa a lo lejos el campamento de unos beduinos. Lo alcanza y, poco
tiempo después, llegan también sus perseguidores. No pueden hacerle nada,
porque la ley de la hospitalidad considera sagradas a las personas acogidas
bajo una tienda. El jefe del campamento, no sólo le acoge en la suya, sino que,
además, le ofrece agua abundante para calmar su sed, le prepara un banquete
para que tome fuerzas y le unge con aceites perfumados para sanar las
quemaduras del sol y refrescarle. Estas imágenes sirven para hablar de nuestra
relación con Dios: Nos guía, nos protege, nos alimenta... Si ya en esta vida
podemos hacer unas experiencias tan fuertes del amor de Dios, el orante confía
en que su salvación no tendrá fin, y podrá habitar en la Casa de Dios por toda
la eternidad». Analicemos, ahora, cada una de las palabras del salmo.
«El Señor es mi
Pastor». El primer
verso ya nos dice que hay que leer todo el poema como una imagen para hablar de
la relación entre el orante y Dios. El título de «pastor» para nombrar a los
reyes y guías del pueblo es habitual en el Oriente antiguo, así como en Grecia
y en otros pueblos. La Biblia lo utiliza varias veces para hablar de Dios,
tanto en los libros históricos como en los proféticos, en los poéticos y en los
sapienciales (Génesis 49, 24; Isaías 40, 11; Salmo 80, 2; Eclesiástico 18, 13;
etc.). Dios mismo, en el capítulo 34 del profeta Ezequiel, se compara a sí
mismo con un Pastor que quiere cuidar, proteger y alimentar a sus fieles. Como
los jefes del Pueblo han sido malos pastores, porque han utilizado a las ovejas
en su propio provecho, Dios se ocupará personalmente de cada una, cubriendo
todas sus necesidades: «Vosotros
os bebéis su leche, os vestís con su lana, matáis las ovejas gordas, pero no
apacentáis el rebaño, ni robustecéis a las flacas, ni vendáis a las heridas, ni
buscáis las perdidas... Yo mismo buscaré a mis ovejas y las apacentaré...
Buscaré a la oveja perdida y traeré a la descarriada, vendaré a la herida,
robusteceré a la flaca, cuidaré a la gorda. Las apacentaré como se debe».
Son imágenes tiernas, que nos hablan de un amor personal de Dios por su rebaño,
que no nos trata a todos por igual, sino que sale a nuestro encuentro,
respondiendo a las necesidades y esperanzas concretas de cada uno.
En la antigüedad, los
israelitas eran pastores seminómadas con un número pequeño de animales:
camellos, burros, gallinas y ovejas. No vivían en casas, sino en tiendas
realizadas con pieles de animales. Hombres y animales dormían bajo el mismo
techo. Hoy los beduinos siguen haciendo lo mismo. No es extraño que conocieran
a cada una de sus ovejas, incluso por su nombre. También las ovejas reconocían
la voz y el olor de su pastor. La parábola que Natán cuenta a David en el
segundo libro de Samuel, capítulo 12, nos puede ayudar a comprender lo que
estamos diciendo: «Había en
una ciudad dos hombres, uno rico y otro pobre. El rico tenía muchas ovejas y
vacas. El pobre no tenía más que una corderilla que había comprado. La había
criado y había crecido con él y con sus hijos, comía de su bocado, bebía de su
vaso, dormía en su regazo...». El salmo quiere evocar esa atmósfera de
afecto, esa experiencia de confianza, de tranquilidad, porque se sabe que hay
alguien que se interesa por ti, que se preocupa por tu vida.
«Nada me falta». Tanto en Israel como en todo el Medio
Oriente no abundan ni el agua ni los pastos. Pasar hambre y sed es una
experiencia ordinaria cuando se atraviesan los amplios espacios desérticos.
Quien ve los rebaños de los beduinos se extraña de lo extremadamente flacos que
están los animales. En este contexto se comprende lo grande que es poder hablar
de abundancia, afirmar que no se carece de nada. Ciertamente, como escribió
Santa Teresa de Jesús, «Quien
a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta».
«En prados de hierba
fresca me hace reposar». Conseguir hierba en el desierto es ya
suficiente para sobrevivir, pero si, además, la hierba es fresca, el hallazgo
se convierte en una fiesta. Después de un camino árido y polvoriento, la sola
vista de un prado invita al descanso. Las ovejas pueden reposar después de
haber comido, en las horas en que el excesivo calor no permite desplazarse: «Dime dónde apacientas el rebaño,
dónde lo llevas sestear al mediodía» (Cantar
de los Cantares 1, 7).
«Me conduce junto a
fuentes tranquilas». El agua no sólo quita la sed, también
limpia del polvo del camino y refresca. El mismo sonido de la fuente relaja y
hace olvidar las fatigas. Pero las fuentes son los lugares más peligrosos para
los rebaños. Tanto los lobos como los salteadores saben que allí terminan
acudiendo a beber y se esconden esperando a sus presas. El salmo subraya que
las fuentes a las que nos conduce nuestro pastor son «tranquilas», seguras. La
Sagrada Escritura usa muchas veces el símbolo de la sed para hablar del deseo
de Dios y del agua para hablar del don del Espíritu Santo. «Como busca la cierva corrientes de
agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Mi alma tiene sed de Dios...» (Salmo 42, 2-3). «Os rociaré con agua pura y os
purificaré de todas vuestras impurezas. Os daré un corazón nuevo y os infundiré
mi Espíritu...» (Ezequiel 36,
25ss).
«Y repara mis
fuerzas». Después del cansancio del camino, el
alimento, la bebida y el descanso nos hacen tomar fuerzas para poder seguir
caminando. Literalmente dice: «repara mi aliento», mi alma, entendido como mi
vigor y mi vida también. En algunas ocasiones nos sentimos agotados y nos
parece que ya no podemos más. Es el momento de escuchar las palabras del Salmo
27: «El Señor es mi luz y mi
salvación, ¿a quién temeré? El Señor es mi fuerza y mi energía, ¿quién me hará
temblar? Aunque los malvados se levanten contra mí... Él me recogerá en su
tienda... Aunque mi padre y mi madre me abandonen, Él me acogerá».
«Me guía por el camino
justo». La experiencia de caminar acompaña a todo hombre. Nos desplazamos
de un sitio a otro y toda nuestra vida es un camino. A veces equivocamos la
senda, porque, como nos recuerda Antonio Machado: «Caminante, no hay camino, se hace
camino al andar». El pastor adapta su paso a la necesidad de las ovejas, va
en busca de un lugar bueno para ellas. Para los hombres, decir esto es confesar
que el Señor nos guía por el camino justo, el único bueno, aunque no lo
entendamos inmediatamente. Él nos lleva al mejor lugar, que nosotros solos no
podríamos encontrar: las fuentes tranquilas, el agua que produce paz y calma la
sed más profunda del que la bebe: «Te
guiaré por el camino de la sabiduría, te conduciré por sendas justas» (Proverbios 4, 11). «Peregrino soy en esta tierra, no
me ocultes tus mandatos... Enséñame, Señor, tu camino para que lo siga».
(Salmo 119, 19. 33).
«Haciendo honor a su
Nombre». El pastor que cumple bien su trabajo, que
cuida de su rebaño, lo alimenta, lo proteje y lo guía por los caminos
acertados, hace honor a su nombre. «El
asalariado, que no es verdadero pastor ni propietario de las ovejas, cuando ve
venir al lobo, las abandona y huye; y el lobo hace presa de ellas. Se porta así
porque trabaja únicamente por la paga y no le importan las ovejas. Yo soy el
Buen Pastor que conozco a mis ovejas y cada una de ellas es importante para mí» (Juan 10, 12ss).
«Aunque pase por un
valle tenebroso, ningún mal temeré». El pastor nos da tanta seguridad, que hasta podríamos atravesar con él, el valle tenebroso. La oscuridad del
valle da miedo por los peligros que puede esconder, porque no se ve el camino,
por la semejanza entre las tinieblas y la muerte. Este salmo, para decir
«tinieblas», utiliza una palabra rara, que no se usa casi nunca: «salmawet» y
que podríamos traducir por «oscuro como la muerte». En hebreo, «mawet»
significa «muerte». La muerte es evocada para el lector por la oscuridad del
valle y por la palabra con la que se habla de esta oscuridad. De hecho, la
Biblia griega traduce«aún si camino por el valle de la muerte, no temo,
porque Tú me acompañas». Una imagen de gran fuerza para recordarnos nuestra
condición de mortales en un contexto de gran dulzura (grandezas de la poesía).
«Porque Tú estás
conmigo». Hemos llegado al centro del salmo y a su
momento más intenso. La verdadera razón de que yo me sienta seguro, de que no
tenga miedo, de que me atreva a pasar el valle de la oscuridad y de la muerte
es que «Tú estás conmigo».
Los prados frescos, el agua abundante, la protección frente a los enemigos...
todo es bueno, pero saber que Tú caminas a mi lado es lo más importante. «Si te tengo a Ti, ya no necesito
nada de la tierra » (Salmo
73, 25). «Si el Señor está
conmigo, no tengo miedo. ¿Qué podrá hacerme el hombre?» (Salmo 118, 6).
«Tu vara y tu cayado
me dan seguridad». Palestina
es una tierra cálida. Los viajes con el ganado se hacen temprano, antes de que
caliente el sol, o al atardecer, cuando se oculta. Las ovejas no tienen miedo
de extraviarse en la oscuridad, porque se siguen unas a otras y, a lo largo del
camino, oyen el sonido de la vara del pastor que camina con ellas. El cayado,
arma con la que defender a las ovejas de las alimañas, es al mismo tiempo el
signo tierno de la presencia del pastor junto al rebaño, que toca con su punta
los lomos de la que se desvía para reconducirla al redil y, con el ruido que
hace al apoyarlo en el suelo, guía su caminar. Con el sonido del bastón de Dios
en nuestras vidas, no tenemos miedo ni de la muerte. La imagen hace también
referencia al bastón de mando, al cetro de Dios, con el que gobierna todas las
cosas para el bien de su pueblo. El salmo siguiente, el 24, habla del Señor
«Rey de la gloria», y comienza así: «Del
Señor es la tierra y cuanto la llena, el mundo y todos sus habitantes». El
mismo David era rey y pastor. La referencia al cayado de pastor y al bastón de
mando es riquísima de evocaciones: Dios salvador, liberador, guía del pueblo,
en relación con la salida de Egipto y la Monarquía. La sensación de seguridad y
de protección prosigue con la segunda imagen del salmo: la del señor que acoge
un huésped en su casa.
«Me preparas un
banquete frente a mis enemigos». La palabra usada en hebreo significa «desenrollar», con el
sentido de extender unas pieles de cabra a la puerta de la tienda, para colocar
sobre ellas la comida. Podemos reconstruir la escena: un hombre huye de sus
enemigos por el desierto. Casi imposible salvarse. Improvisadamente, encuentra
un beduino que lo acoge en su tienda. La ley de la hospitalidad era sagrada
para los semitas. Cuando alguien es acogido, invitado a comer, se convierte en
intocable. Los enemigos no se pueden acercar a él. «El Señor hace justicia al
huérfano, a la viuda y ama al emigrante suministrándole pan y vestido. Amad
vosotros también al emigrante, ya que emigrantes fuisteis...» (Deuteronomio 10, 18-19). Abrahán
recibió la promesa definitiva cuando acogió en su casa a unos peregrinos que
resultaron ser enviados de Dios (Génesis 18). «No
olvidéis la hospitalidad, pues gracias a ella algunos hospedaron, sin saberlo,
a ángeles» (Hebreos 13, 2).
Lot prefiere entregar a sus dos hijas antes que a unos desconocidos acogidos en
su casa (Génesis 19).
«Perfumas con ungüento
mi cabeza». El ungir
a un huésped era la mayor manifestación de veneración que se podía tener con
él. El aceite enriquecido de esencias perfumadas da frescor, suaviza la piel.
Es éste un gesto de extremo afecto y consideración para el que llega cansado
por el calor del desierto y las penalidades de la huida. «¡Qué hermoso es que los hermanos
vivan unidos! Es como ungüento perfumado derramado en la cabeza.» (Salmo 133 1-2). Una mujer de Betania
tendrá este gesto con Jesús y él lo agradecerá a pesar de la incomprensión de
los discípulos, llegando a afirmar que esa mujer sería recordada en todos los
lugares donde se predique el Evangelio (Mateo 26, 6ss).
«Y mi copa rebosa». La copa que rebosa es, igualmente, signo
de la generosidad con que el huésped es acogido. No recibe sólo lo necesario.
Hay algo de superfluo, de añadido, de generosidad total, en los actos de Dios.
Recordemos, por ejemplo, la narración de la creación. Dios no hace sólo lo
necesario, sino que, además, entrega al hombre ríos con agua abundante, con oro
fino, con piedras preciosas y perfumes (Génesis 2, 10ss). Lo mismo sucede
cuando los israelitas salen de Egipto. Dios no sólo les da la libertad. Les
enriquece también con los bienes y el oro de los egipcios (Éxodo 12, 36).
«Tu amor y tu bondad
me acompañan». Ésta es la imagen más extraña para los
occidentales. Es como si el beduino que me ha acogido en su tienda y me ha defendido
de mis enemigos, me pusiera ahora dos guardaespaldas que me acompañen de
regreso a mi casa. Aquí, los dos acompañantes son una personificación del Amor
y la Bondad de Dios, última referencia del salmo. Aunque a nosotros pueda
resultarnos rara la personificación de cualidades divinas, en la Biblia es
bastante común: «La Salvación
está cerca de los que le honran y la Justicia habitará en nuestra tierra. El
Amor y la Fidelidad se encuentran, la Justicia y la Paz se besan... La Justicia
marchará delante de él y la Rectitud seguirá sus pasos» (Salmo 85, 10ss).
«Todos los días de mi
vida». No hablamos de
un acompañamiento pasajero, sino de la certeza de una protección continua, como
si se respondiera a la petición con que concluye el salmo 28: «Salva a tu pueblo, bendice tu
heredad, apaciéntanos y guíanos por siempre».
Las dos partes del salmo (el
pastor que cuida de las ovejas y el señor de la casa que acoge un huésped bajo
su techo) comienzan con una situación de descanso y terminan con los
protagonistas en actitud de caminar. Las ovejas comen, beben y sestean en el
oasis. Después emprenden la marcha, guiadas por el pastor. El que huía del
desierto encuentra la salvación en la tienda del beduino. Allí sacia su hambre
y su sed, se perfuma y, posteriormente, emprende la marcha custodiado por dos
escoltas. Las dos partes del salmo parecen insinuar que nuestra vida es un
continuo andar de la mano del Señor. Cuando lo necesitamos, él nos ofrece
momentos de descanso para restaurar nuestras fuerzas. Cuando nos hemos
recuperado, hay que volver a caminar. Como los discípulos que acompañaron a
Jesús en el Tabor: Después de la Transfiguración tuvieron que regresar al
valle. El Salmo 122, como los otros llamados «salmos de ascensión a Jerusalén»,
nos recuerda que siempre somos peregrinos: «¡Qué
alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor!».
El libro del Éxodo, que nos
narra el camino de Israel por el desierto hacia la Tierra Prometida, se
convierte en imagen de nuestra vida: El Señor nos guía y nos acompaña, nos
instruye y nos corrige todas las jornadas de nuestra existencia, hasta el día
en que entremos en el descanso definitivo. El salmo 95 insiste en esta idea,
invitándonos a aprender de los errores cometidos por los israelitas en su
caminar por el desierto, para no repetirlos: «Ojalá
escuchéis hoy su voz. No endurezcáis vuestro corazón... como en el desierto,
cuando me tentaron vuestros antepasados... Son un pueblo que no conoce mis
caminos, por eso juré airado que no entrarían en mi descanso». El Antiguo y
en Nuevo Testamento son un testimonio continuo de las ansias que arden en
nuestros corazones de alcanzar la patria verdadera, la definitiva: «Si Josué les hubiera proporcionado
un descanso definitivo, David no hablaría de un posterior día de descanso. Hay,
pues, un descanso definitivo reservado al pueblo de Dios... Apresurémonos,
pues» (Hebreos 4, 8ss).
«Y habitaré en la casa
del Señor por años sin término». Después de hablar de descansos pasajeros y
de caminos largos, se evoca el reposo definitivo en la casa del Señor, la
entrada en el «Sabat» último y eterno, en la Nueva Jerusalén, tal como canta el
Apocalipsis: «Ésta es la
Morada de Dios con los hombres. Habitará entre ellos... Enjugará las lágrimas
de sus ojos y no habrá ya muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor» (21, 3ss). El desierto es el contexto
común a las dos imágenes (el pastor y el beduino). El que ora este salmo sabe
que nada le falta, aún encontrándose en el desierto. Allí, el creyente
redescubre las raíces de toda la historia de Israel: Abrahán y los demás
patriarcas fueron pastores trashumantes por el desierto. Moisés se preparó en
el desierto para su misión y volvió al desierto para acompañar al pueblo a la
libertad. Allí se manifestó el poder de Dios, que «hirió a los primogénitos de
Egipto, sacó a su pueblo como a un rebaño y lo condujo por el desierto. Los
llevó con seguridad hasta la tierra sagrada» (Salmo 78, 51ss). Por lo tanto,
después que el Señor liberó a su pueblo de la esclavitud de Egipto, lo guió por
el desierto, como un pastor conduce a su rebaño. Les ofreció agua que manaba de
la roca y alimento abundante (maná y codornices), los defendió de las
serpientes que los mordían y de los enemigos que los atacaban, los introdujo en
la Tierra Prometida y los acogió como Señor del territorio, ofreciéndoles
descanso en su casa. Esta idea queda recogida en muchos textos de la Escritura: «Saliste, oh Dios, al frente de tu
pueblo, los guiaste por el desierto... reanimaste tu heredad extenuada y tu
rebaño habitó la tierra que tu bondad les había preparado» (Salmo 68, 8ss). «Te abriste un sendero por el
mar... y guiaste a tu pueblo como a un rebaño» (Salmo 77, 20-21).
El desierto significa
también, para el pueblo, el lugar de la tentación, la prueba, la murmuración,
el pecado, la idolatría y la conversión. El lugar donde se descubre que Dios
perdona siempre y continúa a dar vida, alimento, salud, victoria. Que da con
generosidad porque perdona con magnanimidad. El lugar donde se puede hacer la
verdadera experiencia del encuentro personal con Dios: «La llevaré al desierto y le
hablaré al corazón... Ella me responderá allí como en los días de su juventud,
como el día en que salió de Egipto... Y te desposaré conmigo en fidelidad» (Oseas 2, 16). ( ¡ Aquí está entre otras, la respuesta y el valor que necesitan los que no saben o los que no pueden perdonar ! ).
La experiencia del Éxodo es
revivida siglos después, al retorno del Exilio. El salmo termina afirmando: «Habitaré en la casa del Señor».
Aunque la tradición lee «habitaré», las consonantes hebreas dicen «volveré», el
verbo usado para la experiencia que sigue a la deportación: «Los haré volver de las naciones
por donde están dispersados» (Zacarías
10, 10. Ver Ezequiel 36, 24ss). La vuelta de la conversión a la comunión.
Camino por el desierto, tentación, pecado, perdón, crisis de fe en el Exilio,
retorno a la tierra y conversión del corazón. Todo este camino evoca el salmo a
quien lo lee con una mentalidad bíblica, a sus destinatarios.
Como hemos visto, las
imágenes del salmo hablan de:
* Seguridad ante los
enemigos y peligros de todo tipo: oscuridad, hambre y sed, muerte.
* Con una connotación de
máxima abundancia. Los dones de Dios son siempre a la medida de Dios.
* Para aquél que ya se
sentía dentro de la muerte. Descubrimos la sobreabundancia del don de Dios
cuando ya parecía todo perdido.
El significado último del
salmo sólo lo podemos entender a la luz del Nuevo Testamento: Jesús es la
persona que confía en Dios y camina por sus sendas, aún en medio de las
dificultades, hasta entregarse en la cruz. Por eso, el Padre se apiada de Él y
le devuelve a la vida, sentándole a su mesa, introduciéndole en su Casa. Al mismo
tiempo, Jesús es «el gran
Pastor de las ovejas» (Hebreos
13, 20), «el Supremo Pastor» (1 Pedro 5, 4). «Nosotros éramos como ovejas
descarriadas, pero ahora hemos vuelto a nuestro Pastor y Guardián» (1 Pedro 2, 25). Él es el Pontífice de
la Nueva Alianza, el Camino que nos lleva al Padre, la Puerta de acceso a la
Casa de Dios. Él prepara para nosotros el banquete de su Cuerpo y de su Sangre,
verdadero alimento de inmortalidad. Su amor es tan grande, que llega a dar la
vida por sus ovejas. Con él podemos atravesar sin miedo el valle de la muerte,
porque Él es la Resurrección y la Vida, Luz que brilla en las tinieblas, Roca
que se abre en el desierto para calmar la sed, Maná que nos alimenta, verdadero
Pastor y Rey, que «nos
apacienta y nos conduce a fuentes de aguas vivas» (Apocalipsis 7, 17) y que nos permite
habitar en su casa «por años
sin término». El cristiano que ora con el Salmo 23, está llamado a hacer
este camino espiritual, verdadera síntesis del Antiguo y del Nuevo testamento:
dejarse guiar por Dios «en medio de la noche» y vivir en intimidad con Él,
hasta participar en su banquete, «la cena que recrea y enamora», en palabras de
S. Juan de la Cruz.
«¿Dónde pastoreas, Pastor
bueno, tú que cargas sobre tus hombros a toda la grey? Muéstrame el lugar de tu
reposo, guíame hasta el pasto nutritivo; llámame por mi nombre, para que yo
escuche tu voz, y tu voz me dé la vida eterna. "Muéstrame, amor de mi
alma, dónde pastoreas". Te nombro de este modo porque tu nombre supera
cualquier otro nombre y cualquier inteligencia; de tal manera que ningún ser
racional es capaz de pronunciarlo o de comprenderlo. Este nombre, expresión de
tu bondad, expresa el amor de mi alma hacia ti. ¿Cómo puedo dejar de amarte a
ti, que de tal manera me has amado que has entregado tu vida por mí? No puede
imaginarse un amor superior a este: el de dar la vida para mi salvación». (S. Gregorio de Nisa.
Homilía 2 sobre el Cantar de los Cantares).
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