UN
HÉROE EJEMPLAR
(Autor: Jhon Walter Montoya Sierra)
Muy pocas veces, tiene uno la oportunidad de
conocer, abrazar y aún, cargar en brazos a un héroe, a un ser humano de carne y
hueso, de aquellos que no les importa dar hasta su propia vida si es necesario,
con tal de hacer el bien a quien sea; de aquellos que ya casi no existen, y si
existen, casi nadie los conoce, y más loable aún, si se tiene en cuenta que
este pequeño héroe solo tiene (5) Cinco años de edad.
El pasado domingo 8 de febrero, en nuestra visita a
la vereda "la hoya", situada a una hora por carretera, del municipio
de la Calera (Cerca a Bogotá); durante nuestra misión pastoral, y enviados por
el Padre Hector Arbelaez, conocimos al niño PABLO ANDRÉS SASTOQUE, un pequeño y
menudito campesino que no pasa de un metro de altura, pero con el alma más
grande que muchos pequeños arrogantes y con unos redondos y profundos ojos
negros que al mirarte se fijan solo en tu alma, y escudriñan lo más profundo de
tu corazón, mirada propia de aquellos que poseen grandeza espiritual.
El día anterior, su casa quedó totalmente en
ruinas, destruida por un tremendo incendio, que consumió todo en cuestión de
minutos (las fotos hablan por si solas); al interior de la misma, se
encontraban Pablo Andrés, Su abuelita ciega de 80 años de edad y su pequeño
perrito; las puertas y ventanas estaban con llave, pues sus padres
que habían salido, "por Seguridad" los
dejaron encerrados; un corto circuito repentino, generó las llamas que
acabaron con la totalidad de lo que se encontraba en su interior, solo se
escuchaban los gritos de auxilio de la abuela; el niño Pablo Andrés, nadie se
explica como (de no ser con ayuda del cielo), sacó a su abuelita por una
pequeña ventana situada a (2) dos metros de altura, y en medio de las llamas
regresó y sacó también a su perrito, luego salió Él, y guiando a la
anciana ciega y cargando a su perro, caminó por la carretera hasta la escuela
de la vereda y allí buscó ayuda de los vecinos. Lo bello y curioso es que
ninguno de los (3) tres, tenían ni una sola quemadura, ni siquiera un rasguño.
Para los que creemos en la intervención milagrosa
de Dios, en casos como este, nos sentimos inundados por una doble alegría;
sentir la presencia de Dios y admirar personas excepcionales como el niño Pablo
Andrés.
Ahora nos corresponde a todos nosotros.
"portarnos a la altura" que Dios y este niño se merecen, y hacer
sentir nuestra presencia y nuestra ayuda material inmediata, pues esta familia
quedó solo con lo que tenían puesto, y necesitan desde un palillo de
dientes en adelante, no tienen nada más, pero si tienen buenos y
misericordiosos hermanos, nada les ha de faltar.
Estoy dispuesto a ir a la vereda, las veces que sea
necesario a llevar la ayuda que todos les podamos brindar y conseguir. Ya Dios
les sabrá agradecer.
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