8/29/2014

                                                         MATRIMONIO Y SEXUALIDAD
                                                         (Autor: Jhon Walter Montoya Sierra) 


¿ QUE ES EL MATRIMONIO ?
El matrimonio además de ser un Sacramento, debe ser un estado de Santidad y de paz interior.
Ser una sola carne, significa ser uno solo, un solo destino, un solo camino, un único amor, y esto es real como son las promesas de Dios. 
Desafortunadamente hay hombres que creen y sienten, que esto de ser una sola carne, les da propiedad sobre su esposa y la tratan como un objeto propio, con el que pueden hacer lo que quieren y sobre el cual tienen el derecho absoluto, y la maltratan física o sicológicamente, cuando lo que deberían hacer es amarla, pero si no son capaces de esto, lo mejor es que le devuelvan su libertad.

Ser legítimamente casados, no es una dispensa de Dios, para pecar libremente; todo lo contrario, es una oportunidad única para santificarse y santificar a su pareja, con un amor puro, con la comprensión, con el respeto, con la alegría, con el perdón cada vez que sea necesario, con la dignidad que cualquier ser humano exige y se merece, pero sobre todo con la certeza, de que si así obramos, siempre tendremos la bendición de Dios en nuestro matrimonio.


EL DESORDEN DEL PECADO EN LA RELACIÓN HOMBRE - MUJER (Gn 2,25; 3,7.16)
En el matrimonio, el hombre y la mujer a la vez son dados (la diversidad en orden a la mutua complementariedad y procreación responde al designio creador de Dios) y se dan (la decisión de unirse es fruto de un acto de elección).
El texto Bíblico que lo sustenta es el siguiente:
"Estaban desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno del otro:
Entonces se les abrieron .los ojos  y se dieron cuenta de que
estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores”  (. ..)
(…..)Dios a la mujer le dijo:
“Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos. Con trabajo parirás tus hijos.
Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará'''.
Para la teología del matrimonio tiene importancia la doctrina sobre la situación de "inocencia originaria" y sobre la posterior desarmonía que se produce en el ser humano como consecuencia  del pecado de "los orígenes". Da razón de la "dificultad" que .experimentan el hombre y la mujer en la integración de la sexualidad en su recíproca relación.

La “inocencia originaria”
El estado de "armonía" (que describen los textos de Gn 1-2 y Gn 2,25) se manifestaba en el interior de la persona y en las relaciones hombre-mujer , "Se realizaba ante todo dentro del hombre como dominio de si. El hombre estaba íntegro y ordenado en todo su ser". El hombre y la mujer, libres de la coacción del propio cuerpo y sexo, gozaban de toda la verdad de su recíproca humanidad y podían convertirse en don el uno para el otro: se podían afirmar recíprocamente tal como habían sido queridos por el Creador.
El hombre y la mujer percibían  su propia humanidad como una “no-identificación” con el mundo de los demás vivientes; y la percibían también como el vehículo para "esa especial plenitud de comunicación interpersonal, gracias a la cual varón y mujer estaban desnudos sin avergonzarse de ello"; a la plenitud de la percepción del significado de la corporalidad, correspondía la plenitud de la comunicación recíproca en toda su realidad, sencillez y pureza.
La teología y el Magisterio de la Iglesia se han referido a esta situación de armonía en "el principio" con la expresión "estado de inocencia" o de 'Justicia original". La Iglesia, interpretando de manera auténtica el simbolismo del lenguaje bíblico a la luz del Nuevo Testamento y de la Tradición, enseña que nuestros primeros padres Adán y Eva fueron constituidos en un estado de “santidad y de justicia original”' (Conc. de Trento: OS 1511).

Desorden en la sexualidad
Pero el texto señala también que, a diferencia de la armonía de "el principio", comienza a existir entre el hombre y la! mujer una situación nueva, contrapuesta a aquella primera de inocencia y santidad ("se les abrieron los ojos y se dieron  cuenta de que estaban desnudos"). Experimentan que se ha quebrado el orden y la armonía en su masculinidad y feminidad (sienten la necesidad de cubrirse con "unos ceñidores") que, afecta a cada uno de ellos y a su relación con el otro por lo que se convierten en "don reciproco" ("hacia ti... y él te dominará"). "Se avergüenzan" y sienten la necesidad de esconderse ante los demás porque consideran la sexualidad de modo diferente a como es revelada en el designio de Dios Creador; y porque la relación inscrita en la sexualidad ha dejado de ser de "donación" para pasar a ser de "apropiación".
El texto, a la vez, da razón del desorden y dificultad que el hombre y la mujer tienen en comprenderse a sí mismos y a su sexualidad. Se debe al pecado original ("tomó de su fruto y comió ... Entonces se les abrieron los ojos"). Por el pecado de "los orígenes" "la armonía en la que se encontraban, establecida gracias a la justicia original, queda destruida; el dominio de las facultades del alma sobre el cuerpo se quiebra (Gn 3,7); la unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones (Gn 3,11-13); sus relaciones estarán marcadas por el dominio (Gn 3,16)".  "Según la fe este desorden que constatamos dolorosamente, no se origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado. El primer pecado, ruptura con Dios, tiene como consecuencia primera la ruptura de la comunión original entre el hombre y la mujer".
El hombre comienza a imponerse sobre la mujer y empieza la inferioridad sociocultural de las mujeres. Según los escritos bíblicos es una consecuencia del pecado. En este pecado hay que poner la explicación última de las formas depravadas de sexualidad: adulterio, fornicación, etc ... San Pablo habla del pecado como causa de la tensión que el hombre experimenta en sí mismo: vivir "según la carne" o según el espíritu" (Ga 5,16-17).
En este contexto el pudor ante la sexualidad ("se dieron cuenta de que estaban desnudos ... se hicieron ceñidores"), que deriva originariamente de la intencionalidad torcida con que el hombre y la mujer ven su sexualidad después del pecado, pasa a ser un bien.

El bien de los esposos y la sexualidad
La "institución" es cauce que garantiza el bien de los esposos. y de la sexualidad. . Como modalización de la corporalidad, la sexualidad es una dimensión de la persona humana, La diferenciación sexual pertenece al ser constitutivo del hombre (se es hombre o se es mujer). La sexualidad, por tanto, participa del valor y dignidad personal que, como tal, exige ser respetada por sí misma Por eso, dado que, en el matrimonio, los que se casan toman decisiones que afectan a la sexualidad -se entregan y reciben en cuanto sexualmente diferentes y complementarios-, aparece clara la "necesidad" de que esas decisiones se tomen y se  vivan después dentro de un marco ético y jurídico que. "proteja" la condición personal de su sexualidad. Hay que evitar el riesgo de considerar a la sexualidad como un bien "extrínseco" e "instrumental". .
Cuando el hombre y la mujer se casan. se da lugar a una relación que trasciende los proyectos de cada uno y compromete a los dos en la totalidad unificada de su humanidad. Se instaura entre ellos una comunión que, en cuanto tal, reclama que se donen y reciban recíprocamente "por 'sí mismos": únicamente de esa manera su donación recíproca es interpersonal y, por lo mismo, "comunión". Las normas éticas y jurídicas -esa es la conclusión- se introducen en el interior del compromiso y relación que inauguran los esposos como expresión y garantía de verdad. La institución -los aspectos institucionales- son, a la vez, exigencia de la naturaleza de la sexualidad humana y de la libertad personal de los esposos, que por ser verdadera, puede tomar decisiones que comprometan la totalidad de su futuro. Las normas éticas y jurídicas. -las relaciones de justicia cuando responden a la naturaleza humana no coartan la libertad. Eso, sin embargo, se daría si se introdujeran disposiciones contrarias a la condición de la persona y su sexualidad.
Se puede decir que el ser humano lleva inscrita en su intima humanidad la exigencia de la institución. "Pertenece a la naturaleza humana no ser naturaleza simplemente, sino tener historia y 'derecho' precisamente con el fin de ser 'natural'. Este es el fundamento antropológico inmediato de que la sexualidad humana esté sometida a un orden normativo y  de que la sociedad determine ese orden. No es posible afirmar que la naturaleza sea moral y humana si no está dirigida y regida por la institución. Por este motivo la moralidad de la sexualidad depende de su inserción en las estructuras públicas de la sociedad humana". La "institución", por tanto, no es algo extrínseco a la verdad de la sexualidad y la libertad humanas.
Pero es evidente que cualquier antropología no sirve para penetrar adecuadamente en la relación entre sexualidad, persona humana e institución matrimonial dado que la cuestión sobre el hombre -quién es y qué puede hacer depende en última instancia de la cuestión sobre Dios, tan solo una antropología abierta a la trascendencia podrá ser camino para esa identificación. En las antropologías "inadecuadas" o insuficientes se encuentra la explicación de muchas de las críticas que surgen a veces contra la institución del matrimonio.

El bien de los hijos
El ejercicio de la sexualidad no se circunscribe al ámbito de los que se casan. No sólo porque toda actividad humana tiene siempre una dimensión social, sino sobre todo porque una de las finalidades inmanentes de la sexualidad es la orientación a la fecundidad que; en el matrimonio, se concreta en constituir el espacio para la transmisión y educación de la vida humana por ese motivo la decisión de casarse y el ejercicio de la sexualidad en el matrimonio han de ser vividos de acuerdo con unas normas éticas y jurídicas -eso es la institución- que, permitan acoger y afirmar como personas, a los hijos desde el comienzo de su existir. El bien de los hijos exige la existencia del matrimonio como institución para el ejercicio de la sexualidad.

La naturaleza de la sexualidad y el amor conyugal
La orientación del matrimonio hacia el bien y mutua ayuda de los esposos se percibe también desde la biología y antropología de la sexualidad sobre la que hunde sus raíces el matrimonio. El hecho de que la sexualidad humana no se despierte tan sólo en los periodos de fertilidad de la mujer indica ya que –además del significado procreador -existe otro significado inseparable que también es profundamente humano: el significado unitivo. Dado que la actividad sexual es el encuentro entre dos personas y no entre dos sexos, la dimensión unitiva es una exigencia antropológica sobre esa dimensión, es decir en la condición personal de la sexualidad humana y en el hecho de que el matrimonio se constituya sobre la diferenciación y complementariedad sexual encuentra su fundamentación el bien y la mutua ayuda de los esposos como fin del matrimonio. (En otro caso se habría introducido una minusvaloración de la sexualidad que, ciertamente, obedecerá a una antropología dualista e insuficiente).
De hecho, como atestigua la experiencia, no se sigue una nueva vida de cada uno de los actos conyugales. Esos actos, aunque se prevean infecundos están ordenados a expresar y consolidar la unión salvaguardando la intima estructura del  acto conyugal -unitivo y procreador, que el hombre no puede romper por propia iniciativa-. según las leyes inscritas en el ser mismo del hombre y la mujer, el acto conyugal conserva íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y su ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad .
La afirmación de esta misma finalidad subyace en el texto del Vaticano II: "El matrimonio no es solamente para la procreación, sino que la naturaleza del vínculo indisoluble entre las personas y el bien de la prole requieren que el amor mutuo de los esposos se manifieste, progrese y vaya madurando". Directamente se trata del desarrollo del amor conyugal que ciertamente, no se puede identificar con la procreación ni con el bien de los cónyuges, en tanto fines del matrimonio. Pero es indudable que, en la intención del Concilio, ese amor que constituye la relación propia de los esposos en cuanto que por el matrimonio han venido a ser "una unidad de dos" en lo conyugal ("serán una sola carne"), se orienta desde su misma raíz a la mutua ayuda y bien de los esposos. No sólo el amor conyugal sino el matrimonio o vínculo conyugal.

La ordenación del matrimonio a la procreación.
educación de los hijos
"El matrimonio está fundado sobre la diversidad y complementariedad sexual del hombre y la mujer; y esa diferenciación esta ordenada de suyo, morfológica y fisiológicamente, a la generación. La generación es sin duda la idea de la sexualidad, el matrimonio y el acto sexual, aun cuando no siempre tenga ese resultado. La mutua atracción del hombre y la mujer, así como su unión sexual, finaliza naturalmente en la aparición del hijo. La procreación es la finalidad hacia la que por su intrínseco dinamismo se orienta el matrimonio, no de modo diferente a como el ojo tiene como finalidad la visión. (Por esto mismo es un absurdo total llamar "matrimonio" a una unión homosexual). 
Pero, como se decía a propósito del bien de los esposos, también aquí es necesario advertir que, aun cuando la procreación es un fin del matrimonio con un valor y consistencia propios, está a la vez complicado antropológica y éticamente con el bien de los esposos como fin del matrimonio. Se trata de una doble finalidad del matrimonio estructurada en torno a la dignidad de los esposos en cuanto personas que forman la comunidad conyugal -el bien de los esposos-; y en torno a la existencia como valor básico de la persona -la apertura a la fecundidad o procreación. El valor singularísimo de esta finalidad del matrimonio –como marco para el ejercicio de la sexualidad- radica en que por su intrínseca constitución está ordenado a dar origen a la persona humana, Ese valor se acrecienta aún más, cuando se considera a la sexualidad como participación en la creación divina de la persona humana, como el vehículo de la conjunción de la creatividad del amor divino y del amor humano o, si se prefiere como el ámbito de una acción que es sólo de Dios: la elevación del acto procreativo humano hasta el orden divino de la procreación.
Se debe advertir también que en la procreación, como una de las finalidades del matrimonio, va incluida siempre la ordenación del matrimonio a la educación de los hijos. Son dimensiones de la misma realidad Para fundamentar la ordenación del matrimonio a la procreación o fecundidad estos son los argumentos usados por la reflexión cristiana: a) a partir de la Sagrada Escritura; y b) desde la naturaleza de la sexualidad y el amor conyugal.

La naturaleza de la sexualidad y el amor conyugal
La ordenación del matrimonio a la procreación es una exigencia de la naturaleza de la sexualidad humana sobre la que se fundamenta el matrimonio. y hacia esa misma finalidad esta ordenado el amor conyugal.
Dado que la apertura a la fecundidad es constitutiva de la sexualidad, cuya entrega constituye lo específico de la donación propia del amor conyugal, es claro que éste ha de estar abierto exigitivamente a la procreación. La autenticidad del amor de la entrega propia de la sexualidad está condicionada por la disposición a la fecundidad. "Por su naturaleza misma la institución misma del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y educación de la prole ..."; " ... el amor conyugal tiende naturalmente a ser fecundo. -esa es la consecuencia- no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y complemento. Un  hijo es "el reflejo viviente" del amor de sus Padres, signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la madre" (FC14). El amor conyugal no puede agotarse en los esposos.


BONDAD DEL MATRIMONIO Y LA SEXUALIDAD
El análisis sobre la "institución" del matrimonio se hace ahora desde la perspectiva de su valor moral. ¿Es una realidad buena en sí misma o, para serlo, necesita ser justificada por, bienes extrínsecos al matrimonio?
Frente a las diferentes "teorías" -de signo peyorativo- que han surgido a lo largo de la historia en relación con el valor de la sexualidad, la Iglesia ha proclamado siempre la bondad del matrimonio. Es una realidad que es buena por su misma naturaleza: el matrimonio ha sido instituido por Dios, y comporta unos bienes y valores que claramente lo demuestran.

La bondad del matrimonio como obra de Dios
Uno de los elementos centrales de la enseñanza del A. T. respecto a la sexualidad y el matrimonio se refiere a su bondad. El hombre y todas las realidades creadas son buenas y dones del Creador (Gn 1,0-25). La Sagrada Escritura subraya además que la bondad del hombre y de la mujer resalta por encima de los demás seres de la creación ("y vio Dios que estaba muy .bien") (Gn 1,31). La sexualidad entre esposos y el matrimonio son realidades buenas porque tienen su origen en Dios -crear a la humanidad de la manera que lo hizo-; nada de lo que ha nacido de Dios está manchado por el pecado.
A diferencia de lo que acontecía en otros pueblos y culturas -para los que la sexualidad era sagrada debido a que la unión sexual era considerada como una manera de imitar y participar en la divinidad-, según la Escritura la sacralidad de la sexualidad deriva de que ha sido creada por Dios. La sexualidad no es algo divino, es una realidad humana. La sexualidad es un bien, porque lleva impresa en si misma el signo creador de Dios puesto en todas las cosas Con la venida de Cristo, al llegar "la plenitud de los tiempos", se abre una nueva forma de existencia humana y tiene lugar una nueva valoración de la sexualidad y del matrimonio; pero siempre sobre la base de su bondad originaria. Los Evangelios insisten en el bien de la sexualidad y del matrimonio que ha de vivirse según el designio de "el principio" (Mt 19,3-9). Especialmente significativa sobre la bondad del matrimonio es la presencia de Cristo en las bodas de Caná según interpretan los Padres y la Tradición En respuesta a ciertas teorías que, difundidas también entre  los cristianos, valoraban peyorativamente el cuerpo y la sexualidad (1 Tm 4,35), los escritos paulinos fundamentan la bondad del matrimonio en el hecho del bautismo y también en el de haber sido (el matrimonio) instituido por Dios. Por la conexión que tienen con el estado escatológico (1Co 7,24- 31)la virginidad es una cosa buena y mejor que el matrimonio. Pero el matrimonio es un don de Dios,  algo bueno que debe ser respetado. (Sin citarlo explícitamente, San Pablo fundamenta su argumentación en la situación de "el principio" (Gn 1-2); cosa que sí hace en (1Tm 4,3:"5), Sin embargo aunque la sexualidad y el matrimonio son realidades de suyo buenas, en la actual situación histórica es necesario el esfuerzo para vivirlas con responsabilidad. Es imprescindible el dominio de si mismo para integrarlas en el plan de Dios que ciertamente incluye el proyecto de "el principio". La Sagrada Escritura -tanto el A. T. como el N.T.- tienen cuenta este aspecto al condenar las conductas contrarias al recto uso de la sexualidad tan sólo mediante la lucha contra el pecado (Rm 8,9) y los instintos de "la carne" (Sal 5.16- 17), es posible vivir la "vida del espíritu" (Ga 5,24) que incluye el recto orden de la sexualidad (Ga5,19-21).


LOS BIENES DEL MATRIMONIO
El tratamiento que se ha dado a la cuestión de la bondad del matrimonio y de la sexualidad ha variado a lo largo de la historia. Los acentos se han fijado en unos u otros aspectos, dependiendo, en gran parte, de los contextos culturales y doctrinales. Se hace necesario, por tanto, no olvidar esas coordenadas para penetrar en el alcance de la doctrina que se proclama. En los primeros siglos los escritores cristianos han de salir al paso de la permisividad sexual del mundo greco-romano y de los distintos movimientos gnósticos, cuyas tesis sobre este punto son, en síntesis, que el matrimonio es algo malo, ya que la materia es mala en sí misma. Nada de extraño que, como reacción a estos errores, se ponga la atención de manera especia! en el fin procreador del matrimonio;(Cosa que buscan con ansiedad algunos legisladores amorales).
Los Santos Padres que, ciertamente se mueven en este contexto, abordan por lo general el tema de la bondad del matrimonio en relación con la virginidad. Esta es superior en excelencia a la unión matrimonial. Pero a la vez no hay duda alguna sobre la bondad del matrimonio: ha sido instituido por Dios, ha sido bendecido con la presencia de Cristo en las bodas de Caná y eso mismo -la bondad del matrimonio- se desprende desde la consideración de la procreación que a partir de los relatos de la creación (Gn 1-2)- interpretan que es la razón de ser del matrimonio. Entre las intervenciones del Magisterio de la Iglesia contra las diversas formas de gnosticismo cabe citar al Concilio de Oangres (340), que condena a quienes "menospreciaban el matrimonio" y afirmaban que "la salvación sólo es posible para los que observan la continencia". 
Sobre el valor del matrimonio es particularmente importante la doctrina de San Agustín (t430), que sostiene claramente que es una cosa buena  y ha sido instituido por Dios desde el principio. El pecado original no ha destruido esa bondad,. pero ha introducido la "concupiscencia" que de tal manera deforma el ejercicio de la. sexualidad que se hace verdaderamente difícil subordinar ese ejercicio al orden de la recta razón. Eso se consigue cuando se vive en el marco de los bienes propios del matrimonio, es decir, la procreación (proles), la fidelidad (lides) y la indisolubilidad (sacramentum). Con todo, no queda suficientemente claro el pensamiento de San Agustín sobre cómo la búsqueda de esos bienes sirve a la integración de la sexualidad. No existe duda alguna de que la búsqueda de la procreación hace que la unión del matrimonio no lleve consigo falta alguna Pero no ocurre lo mismo si esa misma unión se busca para satisfacer la concupiscencia. Entonces sería pecado Venial.
Los autores, sin embargo, no concuerdan en la interpretación que se debe dar a esas afirmaciones. Muchos piensan que son degradantes para el matrimonio, Pero otros descubren aquí una visión profundamente humana y respetuosa con el bien de la persona y la fidelidad: San Agustín estaría diciendo que la relación matrimonial está al servicio de un bien real, bueno en si mismo y no porque sirva para evitar el comportamiento desordenado de la concupiscencia.
De todos modos se debe advertir que en los textos patrísticos, se percibe un cierto pesimismo en relación con la sexualidad y el matrimonio. Posiblemente como consecuencia de las concepciones filosóficas en que se inspiran; y también, quizás, por sobrevalorar la idea de que la actividad sexual ha sido afectada profundamente por el pecado de "los orígenes".
Los siglos XII-XIII suponen un esfuerzo sin precedentes en el desarrollo de la teología dirigido a presentarla como un todo coherente, capaz de dar respuesta a los grandes interrogantes, del momento. Estos, en materia sexual, vienen planteados, por una parte, por los errores que renovaban las antiguas doctrinas gnósticas sobre el desprecio del matrimonio; y, por otra, por el permisivismo a que llevaba el ideal de amor puro y romántico ,-con exclusión de la procreación- cantado por los trovadores, en este contexto la exposición doctrinal sobre la bondad del matrimonio, en abierta continuidad con la doctrina recibida se fundamenta sobre todo en que desde "el principio" ha sido instituido por Dios con una serie de bienes y como signo del' amor de Cristo por la Iglesia y además El matrimonio ha sido adornado por Dios con unos bienes –la procreación, la fidelidad, la indisolubilidad- en virtud de los cuales es una cosa buena y no sólo tolerada. Si se excluyen, la actividad sexual ya no es ordenada. Los autores medievales justifican las relaciones conyugales cuando se buscan  con  la intención de la procreación; se comete pecado venial si se pretende únicamente evitar la fornicación. A la vez existen  algunos teólogos que sostienen que esas relaciones pueden desearse con la intención de fomentar la fidelidad. La bondad del matrimonio a partir de su significación es expresada por el bien de la indisolubilidad. Ya como realidad del principio estaba ordenado a prefigurar proféticamente el  misterio de amor de Cristo y de la Iglesia; es, por tanto, una cosa de suyo buena: "El matrimonio fue desde el principio como una imagen de la encarnación del Verbo (...) Por eso (...) predecesores nuestros pudieron afirmar sin temeridad y con razón que el sacramento del matrimonio se da entre fieles e infieles, Porque como señala la ideología y el magisterio de la Iglesia, es la misma realidad de "el principio" -no otra cosa-la que es elevada a sacramento, Contra las doctrinas neo gnósticas los Concilios Lateranenses II (1139) y III (1215) proclaman que "no sólo los vírgenes y los que guardaban continencia, sino que también los casados serán juzgados dignos de alcanzar la vida eterna". Y el Concilio de Florencia (1439), cuando enumera el matrimonio entre los sacramentos, insinúa esta bondad al seguir, en su exposición, el esquema de los bienes propuesto por San Agustín  
( 1327). Esta argumentación de la bondad del matrimonio a partir de su significación ha sido constante en la Teología posterior, sin embargo, ya en nuestro siglo -a partir de 1930 sobre todo- han surgido intentos de justificar la bondad del ejercicio de la sexualidad dentro del matrimonio a partir exclusivamente del bien de la fidelidad o, más exactamente, del aspecto unitivo de, la  relación conyugal. Buscar esta dimensión llegaría a hacer técnicamente recto el rechazo positivo -incluso artificialmente-  del aspecto procreador siempre que se procediera "seria y razonablemente".
Ahora se debe decir ya, que esa forma de actuar contradice la naturaleza misma de la sexualidad y del matrimonio y, por tanto, se opone, al verdadero bien de la persona y del matrimonio como tal. Con el tema de la bondad del matrimonio guarda relación el que se refiere a la búsqueda del placer en la relación conyugal con independencia del tratamiento que esta cuestión haya podido tener, se debe decir al respecto que la valoración moral del placer depende de la condición moral del acto al que acompaña: el placer que proviene del acto moralmente bueno es bueno y puede ser intentado, es parte de una actividad moralmente recta, Por eso se debe rechazar la posición que defiende que ha de ser despreciado o simplemente tolerado el placer que puede acompañar la relación sexual rectamente realizada. (aquí es necesario aclarar que se habla de actos sexuales morales humanos, entonces debe tener claro un Cristiano Casado si los actos sexuales que realiza con su Cónyuge son humanos o animalizados). Los actos conyugales, a través de los cuales se transmiten la vida humana son "honestos y dignos", no dejan de ser legítimos si por causas independientes a la voluntad de los cónyuges se prevén infecundos.


EL MATRIMONIO Y LA VIRGINIDAD
El matrimonio hace presente -es signo eficaz- el misterio del amor de Cristo por la Iglesia. Este misterio, sin embargo, encierra tal riqueza que no puede ser representado únicamente por el matrimonio. Necesita de otra institución -la virginidad- para ser realizado plenamente.
Ni una  ni la otra son suficientes, de ello se deduce, como primera conclusión, que entre el  matrimonio y la virginidad existe una relación mutua. No se puede separar el matrimonio de la virginidad ni ésta del matrimonio. Los casados no vivirán plenamente su matrimonio si no son conscientes de que existe otra vocación, la de la virginidad, que proyecta la perspectiva adecuada para realizar existencialmente su matrimonio. y los que han elegido la virginidad tienen que tener en cuenta la vocación matrimonial a fin de que su existencia no se "desentienda" de la "figura de este mundo". 
¿Cuál es la relación entre el matrimonio y la virginidad? Es el tema que ahora se considera y que se
desarrolla en tres puntos: a) el matrimonio como vocación Cristiana; b) sentido y valor de la virginidad; y c) matrimonio y virginidad, vocaciones complementarias.

El matrimonio como vocación Cristiana
Desde la perspectiva del matrimonio y su relación con la sacramentalidad son dos los aspectos que interesan ahora preferentemente: el origen sacramental y la peculiaridad de la vocación matrimonial. El matrimonio es una de las formas de seguimiento e imitación de Cristo. Instituido por Dios y elevado por Cristo a sacramento de la Nueva Ley, es una verdadera vocación sobrenatural que responde admirablemente a la estructura y condición humana,  pues bien, si se quiere penetrar en el sentido vocacional del matrimonio, es decir determinar el alcance y la peculiaridad de la vocación matrimonial, la manera adecuada de hacerlo es remontarse hasta el sacramento -hasta la consideración sacramental- del matrimonio; Porque el sacramento decide últimamente sobre la vocación de los casados en la historia de los hombres y en la historia de la salvación.
El papel decisivo que el sacramento del matrimonio desempeña en la vida de los que se casan y en la familia está en que determina tanto el surgir como el "ser" y el desarrollarse de la vocación matrimonial. El momento de la celebración del sacramento del matrimonio hace que un hombre y una mujer concretos se conviertan en marido y mujer, en sujetos actuales de la vocación y de la vida matrimonial. El matrimonio es el sacramento de la vocación de los casados. En relación con la vocación matrimonial son varios los puntos .que se deben resaltar a partir de la relación sacramento-matrimonio.  Primero, que el sacramento constituye el origen y determina la vocación de matrimonio, en el sentido de que toda la vida matrimonial y familiar encuentra allí su fundamento y justificación.  Antes de la venida de Cristo -como realidad de la Creación-, en cuanto memorial del amor de Dios al hombre a la vez que anuncio y profecía de la donación de Cristo en la Cruz. Después de la muerte del Señor -como sacramento de la Redención, sacramento en el sentido estricto-, en cuanto realización y actualización de ese mismo amor de Cristo y de Dios. La tarea vocacional propia de los casados -a la que son llamados por el sacramento recibido- es hacer visible el amor de Cristo y de Dios, ser siempre testigos vivos del amor de Cristo por la Iglesia a través de las vicisitudes de la vida matrimonial y familiar. Otro punto que se debe subrayar es que el sacramento del matrimonio no da lugar a una segunda vocación de los casados -ni cristiana ni tampoco matrimonial- que vendría a sumarse a la que les correspondería por su matrimonio en cuanto institución de la Creación. (Ello supondría, junto a otras cosas no haber penetrado suficientemente en la doctrina de la identidad e inseparabilidad entre pacto o contrato y sacramento en el matrimonio de los bautizados). Se trata, por el contrario, de la misma vocación a la que corresponde una doble fundamentación, develada a su vez en etapas o fases sucesivas: la de la Creación y la de la Redención.
En el orden práctico y existencial eso lleva a concluir que, para vivir la vocación sobrenatural del matrimonio, es absolutamente necesario valorar en toda su profundidad y amplitud la realidad matrimonial, en cuanto institución natural; por otro lado, se ve cómo la Sacramentalidad -lejos de separar a los esposos Cristianos de las realidades y cometidos en los que viven inmersos con el resto de los hombres- les lleva a modelarlos según el destino y plan de Dios.
Aquí está la razón de que el Apóstol, en el texto clásico de Efesios 5, se dirija a los esposos Cristianos a fe de que "modelen" su vida conyugal sobre el sacramento instituido desde el principio por el Creador: sacramento que halló su definitiva grandeza y santidad en la alianza nupcial de gracia entre Cristo y la Iglesia; en el "gran sacramento" de Cristo y de la Iglesia, los esposos Cristianos descubren el fundamento y espacio sacramental de su vocación y vida matrimonial.

Sentido y valor de la virginidad
La Revelación cristiana conoce dos modos específicos de realizar integralmente la vocación de la persona humana al amor: el matrimonio y la virginidad. Tanto el uno como la otra, en su forma propia, son una concretización de la verdad más profunda del hombre, de su ser “imagen de Dios”.  
Considerado el matrimonio, tiene lugar ya el tratamiento de la virginidad. Primero se analizan los datos de la Escritura  (del A.T. y N.T.); Y después la reflexión de la teología.                                         
a) La fundamentación bíblica
La virginidad, como modo de vida cristiana, es desconocida en el A. T. En este sentido los datos del A.T. no son muchos ni significativos. Incluso se puede decir que la virginidad aparece como un contravalor. La referencia más clara a la virginidad es la de la vocación del profeta Jeremías y tiene una significación negativa: expresa la situación de precariedad de Israel y la calamitosidad de los tiempos que impiden contraer matrimonio . Esa misma valoración de la virginidad se descubre en la declaración de la hija de Jefté que no se entristece por tener que morir, sino porque ha de morir sin haberse casado y no haber tenido hijo.
La perspectiva cambia en el N.T., Con la venida de Cristo la virginidad se presenta como un ideal de vida, en primer lugar Cristo es virgen y El es el centro de la vida cristiana, el que lleva a plenitud todo lo cristiano. Por otro lado, los escritos neo-testamentarios exponen claramente el ideal de la virginidad como modo de vida cristiana.
Los evangelios sinópticos son explícitos: "Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos a quienes hicieron los hombres, y hay eunucos que ellos mismos se hicieron así por el reino de los cielos. El que sea capaz de aceptar esto, que lo acepte" (Mt 19,10-12;  Mt 22,30).
El Señor aprueba la virginidad por el reino, y además -según se ha interpretado- este pasaje tradicionalmente declara que la condición de vida tiene una dignidad y preeminencia particulares en la vida de la Iglesia, no es una opción para todos, a de partir de una "comprensión" que sólo es posible si la da el Espíritu.
Los textos paulinos de (1Co 7) constituyen una profundización de los textos de los Sinópticos: “Os quiero libres de preocupaciones. El soltero se preocupa de las cosas del Señor y de cómo agradarle. El casado se preocupa de las cosas del mundo y de cómo agradar a la mujer; está pues, dividido. La mujer no casada y la joven soltera se preocupan de las cosas del Señor y se consagran a El en cuerpo y alma". (1Co 7,32-34). San Pablo recomienda la virginidad (el celibato) porque el célibe pertenece por entero a Dios; y el estado de virginidad corresponde mejor a la situación escatológica (1Co 7,7.25-34). Se trata, sin embargo, no de una virginidad cualquiera, sino de una virginidad por el "Reino de los cielos". "Es un "don" cuyo seguimiento en boca del Apóstol, no es objeto de un mandato sino  de un consejo, acerca de los solteros, no tengo ningún precepto, pero doy mi opinión particular como quien es digno de crédito por la misericordia del Señor" (1 Co 7,25).
b) La virginidad en la vida de la Iglesia
Desde los comienzos de la Iglesia ha habido hombres y mujeres que han renunciado al gran bien del matrimonio para seguir al Cordero donde quiera que vaya (Ap 14,4), para ocuparse de las cosas del Señor, para tratar de agradarle (1Co 7,32), para ir al encuentro del Esposo que viene. Cristo mismo invitó a algunos a seguirle en este modo de vida del que El es el modelo. En el siglo II se da ya un estado virginal propiamente dicho sobre los datos bíblicos, se apoya en la vida de la Iglesia, ya desde sus comienzos, la afirmación de la virginidad que se acompaña con el esfuerzo de una elaboración doctrinal. El interés por la virginidad es constante en toda la época patrística. En líneas generales se puede decir que son estas las características que distinguen la literatura patrística sobre la virginidad:
- Colocar a la virginidad inmediatamente después del martirio. Después, al decrecer la actualidad del martirio, cobrará un lugar más destacado como testimonio de la santidad de la Iglesia.
- Poner de relieve la dimensión esponsal de la virginidad. respecto de Cristo. A partir de (2Co 11,2) es común el uso de la expresión “Esposa de Cristo” para referirse a las vírgenes.
- Insistir en la relación entre la Iglesia y la virginidad. En el texto de (Mt 22,30) los Padres descubren que la virginidad tiene un valor de "signo" respecto a la unión de Cristo con la Iglesia.
-Subrayar también la relación entre la virginidad y María. La referencia a María forma parte de la comprensión del misterio de la virginidad.
- Proponer la virginidad como, condición mejor que el matrimonio que, a la vez, se afirma como cosa buena.Al final de la época patrística, se perfila una evolución en la manera concreta de vivir la virginidad por el reino, que permanecerá decisiva durante todo el desarrollo sucesivo: la  virgen se convierte en sanctimonialis. El seguimiento de Cristo vivido en las diversas realidades en que se encuentran los Cristianos es “reemplazado” por un seguimiento marcado cada vez más minuciosamente por reglas pensadas originariamente para comunidades de monjes y adaptadas a las de monjas (p. ej., la de San Basilio o San Benito) o bien orientadas específicamente a comunidades femeninas (p. ej., las de San Cesáreo de Arles). y esta forma monástica de "entender" la vida Cristiana marca, evidentemente, una manera de profundizar y exponer el significado de la virginidad que se comprende casi exclusivamente como "virginidad consagrada". Una forma de acercarse a ese modo de vida cristiana que permanece constante en la literatura teológica -al menos de manera general- hasta nuestros días.

Matrimonio y virginidad, vocaciones complementarias
El misterio del amor de Cristo por la Iglesia es en su unidad inseparable, misterio de amor fecundo y misterio de amor virginal. Se da por tanto-se decía antes-, entre el matrimonio y la virginidad, en cuanto signos de ese misterio, una estrecha y profunda relación. El matrimonio necesita de la luz de la virginidad y, a la inversa, ésta de aquél, para comprenderse adecuadamente. Es una perspectiva que, con variedad de matices, ha estado presente en la reflexión sobre esa realidad.
a) La superioridad de la virginidad
Históricamente el tema de la relación y complementariedad entre el matrimonio se ha planteado en torno a la valoración de esos dos estados:  a cuál de ellos corresponde la preeminencia  o superioridad. En las diferentes respuestas dadas por la mayor parte de los padres teólogos desde el siglo IV se ve claramente que quisieron valorar más la virginidad, sin por ello desvirtuar el matrimonio. Frente a los reformadores, cuya obra reformista estuvo vinculada desde el comienzo a la supresión del estado religioso y de los votos, el concilio de Trento declara: "Si alguno dijere que el estado conyugal debe anteponerse al estado de virginidad o de celibato y que no es mejor y más perfecto permanecer en virginidad o celibato que unirse en matrimonio, sea anatema"
Esta misma es la perspectiva de la encíclica Sacra “ Virginitas” (1954) de Pío XII: "La doctrina que establece la excelencia y la superioridad de la virginidad y del celibato sobre el matrimonio (..,) anunciada por el divino Redentor y por el apóstol de las gentes fue solemnemente definida como dogma de fe en el concilio de Trento y siempre unánimemente enseñada por los Santos Padres y por los doctores de la Iglesia. Con todo, respecto de las épocas anteriores, las palabras del texto completo de Pío XII sugieren ya claramente la relación de complementariedad entre matrimonio y virginidad. Sobre esta última línea se mueve el concilio Vaticano II que sitúa la comprensión del valor de la virginidad en el marco de la única y universal llamada a la santidad propia de toda la Iglesia.
De todos modos en el tema sobre la superioridad de la virginidad en relación con el matrimonio es necesario establecer una distinción entre la consideración de la virginidad en relación con la vida concreta de los Cristianos y con el estadio escatológico de este mundo. Desde esta perspectiva la virginidad es superior, ya que responde mejor a las exigencias escatológicas. El matrimonio está ligado a la escena de este mundo; la virginidad no, (1Co 7,26.29-31). En cambio, desde las existencias concretas la superioridad dependerá de la manera de vivir la propia vocación (1Co 7,19): en definitiva, del amor o caridad con que se viva.
b) La complementariedad matrimonio-virginidad
Estas dos realidades, el sacramento del matrimonio y la virginidad por el Reino de Dios, vienen del Señor mismo. Es El quien les da sentido y les concede la gracia indispensable para vivirlos conforme a su voluntad (Mt 19,3-12). La estima de la virginidad por el Reino y el sentido cristiano del matrimonio son inseparables y se apoyan mutuamente"
El matrimonio responde a las exigencias más íntimas del ser humano, Pero lo mismo hay que afirmar también de la virginidad; Una y otra son participaciones -si bien de modo diverso- del mismo don de Dios. Por eso estas dos dimensiones de la vocación humana no se oponen entre si, sino que se complementan. Ambas dan respuesta plena a uno de los interrogantes fundamentales del hombre: el interrogante sobre el significado del 'ser del cuerpo', es decir, sobre el significado de la masculinidad y feminidad, de ser 'en el cuerpo' un hombre o una mujer. De tal manera son respuestas complementarias que vivir la verdad del matrimonio sólo es posible cuando se es consciente -en la medida en que se es- del significado teologal del cuerpo y de la sexualidad. Por otra parte la virginidad no puede tener lugar en un contexto de minusvaloración del matrimonio y la sexualidad, es el resultado de entregarse en totalidad al amor, Por eso tiene sentido decir que "no" al matrimonio. 
En la concepción verdadera del matrimonio y de la virginidad no hay lugar para el "maniqueísmo". El cuerpo y la sexualidad son realidades creadas por Dios y, por tanto, buenas. Pero mientras el matrimonio está circunscrito a la escena de este mundo, la virginidad no; y el destino eterno no está en este mundo sino en el futuro. La virginidad protege al matrimonio, porque recuerda que la vida de este mundo no es la definitiva, no se le puede dar el valor de lo último. Los esposos, por tanto, han de vivir su matrimonio -un bien perecedero- con un sentido escatológico.
En el capitulo 7 de la primera Carta a los Corintios –señala Juan Pablo ll- encontramos un claro estímulo a la abstención del matrimonio, la convicción de que 'hace mejor' quien opta por ella; sin embargo, no encontramos ningún fundamento para considerar a los casados personas 'carnales' y a los que, por motivos religiosos, han elegido la continencia 'espirituales'. Efectivamente, en uno y otro modo de vida -hoy diríamos, en una y otra vocación-, actúa ese 'don' que cada uno recibe de Dios, es decir  La Gracia, la cual hace que el cuerpo se convierta en 'Templo del Espíritu Santo' y que permanezca tal, así en la virginidad (en la continencia), como también en el matrimonio, si el hombre se mantiene fiel al propio don y, en conformidad con su estado, o sea, con la propia vocación, no 'deshonra'  ese 'Templo del Espíritu Santo', que es su cuerpo.

BIBLIOGRAFIA
-Sagrada Biblia
-Multiplicidad de textos sobre Sacramento y Orden
-Conceptos personales

1 comentario:

  1. Muy importante a aportación e iluminación, pero me hubiera gustado que trataran el porque una mujer esposa puede someterse al esposo (Ef 5) voluntariamente, y es que nosotros como hombres no leemos y menos aplicamos el maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su iglesia dando la vida por ella.
    Y aquí es donde se encuentra el problema, ya que esta ha sido mi experiencia.
    Gracias

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